miércoles, 26 de marzo de 2008

Nuestras expectativas innatas

Vamos a intentar entender en su totalidad el poder formativo de lo que yo denomino "fase en
brazos", que empieza con el nacimiento y concluye con el comienzo voluntario del gateo, que es cuando el bebé puede marcharse y volver desde y hacia las rodillas de la persona encargada de su cuidado. Esto consiste, simplemente, en que el bebé disfrute de 24 horas al día de contacto físico con un adulto o con otro niño.
En principio, todo consistía en una mera observación de esta experiencia de estar en brazos, y pude comprobar que tenía un efecto impresionante sobre la salud de los bebés y que no suponía ningún "problema" [estar todo el tiempo en brazos]. Presentaban un tono muscular suave y sus cuerpos se adaptaban convenientemente a cualquier tipo de posición que requiriera la propia dinámica del cuerpo que lo iba cargando... Incluso hubo quien colgaba a los bebés a su espalda mientras los agarraba por las muñecas. Como contraposición a esto que les cuento, tenemos la INCOMODIDAD de los bebés a los que se les tumba sobre un "cómodo" moisés o cochecito mientras le pasan la manita suavemente por encima mientras se retuercen y lloran por ese cuerpo vivo que es, por derecho natural, el lugar adecuado para estar.
¿Por qué esta incompetencia en nuestra sociedad? Desde la infancia se nos enseña a no creer en nuestro conocimiento instintivo. Se nos dice que los padres y los profesores lo saben todo mejor y, entonces, cuando nuestros sentimientos no coinciden con sus ideas, es que estamos equivocados. Viviendo condicionados para descreer o desconfiar completamente de nuestros sentimientos, nos dejamos convencer fácilmente para no respetar a ese bebé cuyo llanto nos dice claramente "¡cógeme!", "¡déjame dormir contigo!", "¡no me abandones!".
Estos sentimientos, que constituyen claramente nuestra respuesta natural, son regidos entonces por una ley superior en rango que se encuentra a la par de la moda y dictada por los "expertos" en el cuidado del bebé. Esta pérdida de fe en nuestra experiencia innata nos deja en manos de este u otro libro, como consecuencia de cada sucesivo esfuerzo errado de sobrepasar a la naturaleza.
Ahora es fundamental preguntarse quiénes son los verdaderos expertos, contando con que el segundo gran experto en el cuidado del bebé se encuentra dentro de nosotros. Esto es tan cierto como que reside igualmente dentro de cada especie superviviente que, por definición, ya sabe cómo cuidar de su prole. El mayor experto de todos es, por supuesto, el bebé... programado durante millones de años de evolución para señalar, por medio de la voz y la acción, cuándo la atención que le proporcionan es incorrecta. La evolución es un proceso de refinamiento que ha construido nuestro comportamiento innato con una precisión exquisita. Esa señal que emite el bebé, la comprensión de esa señal por parte de su gente, el poderoso impulso que los lleva a obedecerla... todo ello es parte integral de las características de nuestra especie.
El presuntuoso intelecto se ha demostrado a sí mismo que se encuentra equipado para descubrir los requisitos auténticos de los bebés humanos. A menudo surge la siguiente cuestión: ¿Debería de coger al bebé cuando llora, o primero lo dejo llorar un poco? ¿O debería de dejarlo llorar y llorar para no mimarlo y que se convierta en un tirano? -palabrita del Dr. Spock.
No habría ningún bebé que estuviera de acuerdo con NINGUNA de esta serie de imposiciones. De modo inequívoco y unánimemente, nos hacen saber que ¡NO SE LES DEBE DEJAR SOLOS NUNCA!. Dado que esta opción no ha sido fomentada en la civilización occidental contemporánea, la relación existente entre el progenitor y el niño ha permanecido firmemente en conflicto. El juego ha consistido en cómo hacer que el bebé se quede dormido solito en la cuna, sin tener en cuenta si el bebé llora o no. A pesar de que algunos libros de Tine Thevenin como "La Cama de la Familia" se han adentrado en parte por la vía para abrir el tema de los niños que duermen con sus padres, la base fundamental no se ha tocado con claridad: ACTUAR CONTRA NUESTRA NATURALEZA COMO ESPECIE ES PERDER EL BIENESTAR.
Una vez hayamos entendido y aceptado el principio de respetar nuestras expectativas innatas, seremos capaces de descubrir con precisión cuáles son estas expectativas que surgen... En otras palabras: lo que la evolución se ha encargado de adaptar para nuestra experiencia.

Jean Liedloff.



martes, 25 de marzo de 2008


...Todo llevó cinco expediciones, con grandes intervalos de tiempo entre ellas para reflexionar.Durante esos dos años y medio que pasé en la Jungla de Sudamérica junto a indios de la Edad de Piedra, pude darme cuenta perfectamente que nuestra naturaleza humana no tiene mucho que ver con lo que nos han hecho creer...
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Los bebés de la tribu Yequana, lejos de necesitar un clima de paz y tranquilidad para dormir, eran capaces de echar una cabezadita tranquilamente en el momento preciso en que se encontraban cansados, o cuando los hombres, mujeres o niños que los cargaban bailaban, corrían, caminaban, gritaban o remaban en sus canoas. Los chiquillos se pasaban todo el día jugando juntos sin que se montara ninguna trifulca. Ni siquiera discutían y obedecían a sus mayores al instante mostrando una voluntad plena.Aparentemente, la idea de castigar a un niño nunca se le habría ocurrido a este pueblo. Tampoco su conducta mostraba nada que pudiera verdaderamente ser catalogado como permisividad. Ni un solo niño habría soñado con incomodar, interrumpir o que un adulto tuviera que esperar por ellos. A los cuatro años, los niños ya contribuían más con la fuerza del trabajo dentro de su propia familia de lo que sus cuidados suponían a los otros.
Cuando los bebés estaban en brazos, rara vez lloraban; nunca gritaban y, lo que es más fascinante, no agitaban las manos ni pataleaban ni movían la cabeza; tampoco arqueaban la espalda ni retorcían los pies o las manos, tal y como vemos con frecuencia en nuestros niños. Se mantenían tranquilamente sentados sobre los hombros o bien se quedaban traspuestos sobre la cadera de alguien, lo cual desconfirma el mito de que los bebés tienen que ir flexionados para ´hacer ejercicioª. Tampoco echaban buches, a no ser que estuvieran realmente enfermos, y no tenían cólicos. Cuando durante los primeros meses les atraía algo, se arrastraban por el suelo, andaban a gatas y luego caminaban sin esperar a que alguien viniera a por ellos, sino que ellos mismos iban hacia sus madres o cuidadores buscando la confianza necesaria antes de retomar sus actividades exploratorias. Sin lo que conocemos como supervisión, incluso los más pequeños rara vez resultaban heridos de alguna manera.
¿Acaso su "naturaleza humana" es diferente a la nuestra? Hay quien puede imaginar que así es. Ahora bien, existe una especie humana. Entonces, ¿Podemos aprender NOSOTROS del ejemplo Yequana?