viernes, 20 de marzo de 2009

Al Principio era la piel


Al inicio del siglo XX, la tasa de muertes de bebés en los orfelinatos americanos superaba el 60% hasta que alguien sugirió coger a los bebés en brazos varias veces al día. Esto es lo que cuenta Ashley Montagu en “La peau et le toucher” (La piel y el tacto). En el hospital de Nueva York donde se instituyó este régimen de cuidados maternales, la tasa de mortalidad de los bebés descendió bruscamente en menos de un año por debajo del 10%. “La ausencia de contacto durante los ocho primeros meses de la vida en los que el sistema nervioso es el más receptivo, y donde las otras modalidades sensoriales están todavía insuficientemente desarrolladas, puede provocar lo irreparable”, constata Arthur Janov en “L’Amour et L’enfant” (El amor y el niño).
La experiencia del contacto pleno
Desde la octava semana, el feto no tiene ni ojos ni orejas pero conoce ya las primeras sensaciones cutáneas. La ectodermis, la capa más externa del embrión, se convierte en piel y le permite entrar en contacto con este universo líquido donde baña. A los 8 meses, el útero le “encierra”. En el noveno mes, las olas le abrazan con regularidad. El pequeño feto vive sus primeras caricias. “El estado uterino nos procura el abrazo más completo, escribe Russ A. Rueger en “The Joy of Touch” (La alegría del tacto), la inserción total de un cuerpo en otro. El feto que flota en la oscuridad conoce entonces el Nirvana de la Carne. Esta experiencia marca profundamente la psique, sin ninguna duda”. Después, viene el gran viaje, la más extraordinaria de las aventuras. El pequeño feto viaja hacia la luz del día levantando una tempestad en su paso. Conoce entonces intensos y violentos abrazos.
Después, el vacío, ese choque táctil de la repentina inmersión en la nada. La antropóloga Margaret Mead habla del “choque de la piel”. El bebé entra en un nuevo mundo que vivirá y sentirá como una maravillosa sinfonía o como un desierto agonizante según sea tocado o no. Tras el nacimiento, el bebé es todo piel. El tacto es el único sentido completamente desarrollado. “Es como si todo su cuerpo fuera millones de ojos, millones de narices y millones de orejas” explica Odette Lefèvre, una quebequense cuyo doctorado versaba sobre la piel y el tacto. Los recientes trabajos de Tiffany Fields, del Medical School de la Universidad de Miami han demostrado que el tacto es un alimento esencial para los recién nacidos. En el 47% de los casos, los bebés nacidos prematuramente y masajeados durante 15 minutos 3 veces al día han tomado peso más rápidamente que los bebés dejados solos.
Según diversas investigaciones, la estimulación táctil es necesaria para el desarrollo del sistema inmunitario, digestivo y respiratorio del recién nacido. El desarrollo del sistema nervioso del cerebro depende también de las estimulaciones táctiles y los otros sentidos se desarrollarán mejor (una visión, una audición, un olfato ricos en detalles) cuanto más haya sido estimulada la piel.

Tocar para comprender

El bebé va a construir su realidad y descubrir el mundo tocándolo. Pero al principio es el mundo quien deberá tocarle a él. Sólo su piel le enseña el mundo exterior, le dice si está en peligro, le hace saber si su madre le ama o no.
El bebé obedece a su instinto de ir hacia lo desconocido siempre que lo conocido le esté asegurado. Cuando se marcha a explorar arrastrándose o gateando, vuelve regularmente a mamar al pecho materno o a hacerse tomar en brazos. Pero si lo conocido le falta, inmediatamente surge la angustia. El niño no corre el riesgo de aventurarse al exterior. Reduce sus exploraciones sensoriales. La angustia paraliza el desarrollo de la inteligencia en el niño, explica J.C. Pearce, autor de “L’enfant magique” (El niño mágico): “El niño no tocado, no acariciado, tendrá un problema relacional”, añade Ashley Montagu. No tendrá su primera “relación amorosa”. Odette Lefèvre tuvo la ocasión de verificarlo cuando masajeaba a niños autistas en el Hospital Rivière-des-Prairies durante su doctorado en 1986. Después de haber tocado y masajeado a cuatro niños de cinco a ocho años, una hora al día a cada uno durante cuatro meses, uno de ellos comenzó a hablar, los otros establecieron su primer contacto visual y realizaron juegos interactivos. “Eran niños mal amados”, dice Odette. “Mal amados porque no habían sido tocados. El contacto es el primer modo de comunicación, la primera lengua; tocándoles han comenzado a establecer las relaciones.”
Harry Harlow, uno de los pioneros en la investigación sobre la privación del contacto físico, llevó a cabo una experiencia con pequeños bebés de mono rhesus. Los que habían tenido por madres a muñecas de trapo tenían un mejor comportamiento que aquellos con madres de alambres de hierro. Los pequeños rhesus se acurrucaban contra su mama de trapo, dulce y calurosa, aunque la alimentación les era proporcionada por la fría mamá de alambre de hierro.
En el Primal Scream (Grito Primario), Arthur Janov dice: “Un ambiente amigable y caluroso más tardío en la vida no hace desaparecer los primeros traumas. La ausencia de tacto en el inicio de la existencia crea una sobrecarga de miedo que se transforma en angustia latente”. “He recibido al principio el abandono del cuerpo materno que me dejaba sólo en el desierto y en la angustia total durante las cuatro horas entre las tomas de leche prescritas. Yo lloraba, gritaba mi miedo, mi angustia, mi terror. Si no venían… me iba a morir. Nadie me respondía. Gritaba, hipaba hasta que, agotada, me refugiaba en el sueño donde al menos me encontraba al abrigo.” cuenta Jeanne.
En The Betrayal of the Body, (La Traición del Cuerpo) Alexandre Lowen enlaza la esquizofrenia al fracaso de una estimulación táctil precoz. La sensación de identidad viene de la sensación de contacto con el cuerpo. Si esta sensación falta, el individuo no sabe lo que siente, no sabe lo que es, ni de qué se trata. Y la pérdida de contacto con el cuerpo finaliza con la pérdida de contacto con la realidad.
Marcelle Geber ha observado durante un año los recién nacidos de Uganda. Portados por sus madres, estos niños se arrastran fácilmente a las seis o siete semanas y recuperan objetos corriendo a los seis o siete meses. Los niños norteamericanos cumplen la primera proeza a los seis o siete meses y la segunda entre los 15 o 18 meses. Marcelle Geber constata también que los pequeños ugandeses son menos precoces a medida que nuestra aproximación científica invadía su cultura ugandesa.
Desde principios del siglo XX, el pensamiento pediátrico se ha dejado pervertir por el movimiento conductista por el que cada prueba de amor o cada contacto físico volvía al niño demasiado dependiente de sus padres. “Coger a los niños en brazos es un riesgo de estropearles, de malcriarles”, grita bien alto el pensamiento científico. Millones de madres han obedecido de buena fe a los especialistas que sabían mucho mejor que ellas lo que sus bebés necesitaban. Con la llegada de los nidos de las maternidades, los bebés son separados del cuerpo de sus madres desde el nacimiento, forzados a mamar un pedazo de plástico amorfo, aprisionados en horribles bonitos pijamas que no liberan más que las manos y la cabeza y aislados en una habitación durante su sueño. “Dormirse al contacto con otro es una necesidad fundamental para el bebé” afirma Anne Freud. A todo esto le añadimos la panoplia del kit del perfecto bebé: carricoche cromado, balancín mecánico y hamaca reclinable que reemplaza el cuerpo dulce y caliente de mamá. Incluso los niños amamantados no pueden disfrutar del pecho o del cuerpo de sus madres. Cuando no toman su leche descongelada en un biberón, el pecho les está prohibido por un sujetador de lactancia que sólo deja el pezón a su alcance.
Desgraciadamente, la liberación de la mujer ha predicado también la ruptura precoz de los lazos madre-hijo. Los bebés se encuentran en guarderías donde las monitoras o monitores no tienen el tiempo de prodigar las caricias tan necesarias. Cada vez más, los niños sufren de problemas de la piel. “Mal tocados. Mal llevados, mal comportados, mal encaminados, mal amados”, escribe Frédérick Leboyer en “Shantala, un arte tradicional, el masaje de los niños“. Mejor que tratar una dermatitis con pomadas, médicos mejor informados les curan alimentando su piel con masajes, aportando así las estimulaciones que faltaron al principio.
Los antropólogos y los viajeros se han extrañado siempre de no escuchar nunca los llantos de los bebés autóctonos del Gran Norte, de los amerindios, en la India, en Bali y en todas las sociedades donde los bebés son cargados constantemente contra la madre. La medre alimenta a su bebe a demanda, le mantiene al pecho o en sus brazos, le acuesta con ella hasta que él decide marchar a explorar el vasto mundo. Al estar satisfechas sus necesidades de contacto, los bebés no tiene necesidad de señalar su ansiedad o su angustia a través de gritos o llantos. Al crecer, estos niños no se quedan pegados a su madre, no lloran antes de dormirse. Son capaces de entrar en una verdadera relación con los otros. Son les enfants magiques, los niños mágicos, descritos por J.C. Pearce. Niños felices que han vivido plenamente en su piel su primera “relación amorosa”.

Este artículo apareció en Le Guide Ressources, vol. 7, nº 4, 1991.
Traducido al castellano por Red Canguro.

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